Formación Espiritual

Entendiendo lo Incomprensible

“que la Deidad se constituye de tres personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, indivisas en esencia, e iguales en poder y gloria” by El Mayor David Repass

Mi primer automóvil era una chatarra más vieja que yo. Fortunadamente, el hijo de una compañera de trabajo era un buen mecánico que me ayudó arreglandolo cada vez que se rompía… ¡que era amenudo! Sin saber mucho de automóviles, yo dependía de su destreza y experiencia.

Aunque no siempre lo admitimos, es bueno tener a personas que nos ayuden en las áreas de la vida donde carecemos capacidad o educación. Esto es cierto en ámbitos importantes (¿quién hace sus propias cirugías?); como también en cosas de menor significado (pidiendo a uno de nuestros niños que nos ayuden con la FaceBook….)

La verdad es que todos tenemos limitaciones, sean físicas o intelectuales. Y nuestras deficiencias son más notorias en el ámbito teológico. Dios claramente denotó esta distancia al hablar con el profeta Isaías, “…mis pensamientos no son los de ustedes ni sus caminos son los míos… Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!” (Isaías 55:8-9 NVI).

Por esto es necesario dejar que Dios mismo se presente a nosotros en la manera que Él diseñe. En Su palabra, descubrimos que Dios se deleita en ser conocido (Jeremias 9:24); Dios desea entablar una intima amistad con cada uno de nosotros (Apocalipsis 3:20) y Dios nos dará un lugar para reposar con Él para siempre (Juan 14:1-3). Confiadamente pues, podemos leer la Biblia con el propósito de ver en sus páginas como Dios mismo se revela para que ahondemos nuestra relación con Él. 

Desde el primer capítulo de la Biblia, Dios se describe en pluralidad. “En el principio Dios creó los cielos y la tierra… el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas” (Génesis 1:1-2). Y en el versículo 26, escuchamos la sagrada conversación cuando Dios habla entre si, ofreciéndose la idea de crearnos. Inmediatamente vemos la respuesta: nos hizo en Su imagen—en pluralidad, hombre y mujer.

De allí en adelante, vemos el concepto de la trinidad constantemente representado en el Antiguo Testamento aun sin utilizar la mera palabra. Abrahám recibió tres visitantes del cielo cuyo lenguaje los reveló como Dios (Génesis 18). Isaías entró al salón del trono divino y escuchó a los serafines alabando a Dios con tres idénticos adjetivos. Luego la Deidad preguntó “¿Quién irá por nosotros?” (Isaías 6:8). Otros profetas hacen mención del Espíritu Santo hablando (Ezequiel 2:2), guiando (Nehemías 9:20) y dando visiones (Daniel 7:15-16) entre otras funciones. Muchos de estos antepasados fueron inspirados a anunciar la venida del Hijo de Dios al mundo. 

Juan inicia su evangelio presentándonos al Hijo preexistiendo Su llegada al mundo y Su igualdad al Padre (1:1-2). Añadió allí que el Verbo era uno de los participantes en la creación de mundo (1:3) y que el origen de todo lo viviente proviene de Quien llegó a vivir en forma humana también. Por esto, Jesús se turbo con la ceguera de sus amigos y exasperadamente responde a Marta, “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25).

Varias veces durante Su vida terrenal vemos claras representaciones del trino Dios. Su madre recibió las instrucciones del plan divino detallando como el Altísimo y el Espíritu Santo engendranrían al Hijo de Dios en su vientre (Lucas 1:35). Luego, Jesús mismo sería confirmando al comienzo de Su misión cuando el Espíritu descendió en forma de paloma y el Padre habló del cielo: “Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo” (Lucas 3:22).

En diferentes ocasiones, Jesús detalló Su perfecta unanimidad con el Padre (Juan 5:19; 8:29; 10:30; 14:6-11) aumentando esta relacion al incluir el Espíritu Santo en el último capítulo de Su tiempo con los doce. En los capítulos 13 al 17 del evangelio de Juan, Jesús describe la santa participación del Hijo, por la voluntad del Padre, en Su muerte y promete la venida de otro Consolador. En Su último discurso, Jesús comisionó a Sus seguidores para que bautizen en el nombre de quien los envió: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mateo 28:19).

En todo el resto del Nuevo Testamento leemos como varios escritores clarificaron el concepto de un Dios que es más allá del entendimiento humano. Varias epístolas comienzan y concluyen con directas referencias a la Trinidad (Romanos 1:7: 2 Corintios 13:14: Colosenses 1:1-8; 1 Tesalonisenses 1:1-7; 1 Pedro 1:1-2; 1 Juan 5:6-8). Y no tenemos suficiente lugar aquí para redactar todos los pasajes que nos instan a pensar en la Deidad como tres personas. (Algunos ejémplos: Hechos 10:38; Gálatas 4:6; Efesios 2:13-17; Tito 3:4-8; Hebreos 9:1-14).

No podemos escapar del concepto de la trinidad aún sin completamente entenderlo. Esto nos lleva a una de las pregunta más importantes en la experiencia cristiana: ¿acaso necesitamos capturar la complejidad divina para tener fe en Dios? Es una contradicción el pedir que Dios quepa en nuestra mente finita manteniendo Sus características infinitas.

Agustín de Hipona contendió con estas preguntas y concluyó que el dios que podemos comprender no es realmente Dios. Nuestras limitaciones no nos permiten abarcar todo lo que hay por saber del Eterno; lo más que podemos hacer es describirlo con términos que sobrepasan los confines humanos. 

La Sagrada Escritura, inspirada por el Espíritu Santo para nuestra edificación, nos ayuda aquí también. Fe es “tener certeza de lo que no vemos” (Hebreos 11:1). Y esto no se limita a lo físicamente visuable pues el “ver” también connota entender. No necesitamos comprender a Dios para aceptar Su naturaleza trinitaria. Es imposible estirar nuestra inteligencia suficientemente para abarcar la totalidad divina.

Pero por Su gracia, Dios nos invita a conocerle. Nos abre la puerta para que recibamos Su infinito amor que no podemos explicar. Dios mismo se descubre para que le veamos aún sin poder describir Su complejidad correctamente. Dios no espera a que aprendamos Su lenguaje sino asombradamente se encaja en el nuestro, ofreciéndonos lo que podemos y necesitamos recibir (Juan 1:14).

Anhelo cada día conocerle más y ahondar mi amistad con Él. Pero hasta que cruce el rio Jordán, creo “que la Deidad se constituye de tres personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, indivisas en esencia, e iguales en poder y gloria” (doctrina 3 del Ejército de Salvación). 

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